lunes, septiembre 01, 2025

UN SÁBADO CON TOMI Y SANTI


PODCAST
(Literatura digital)


TOMI Y SANTI

Ese sábado quedé a cargo de mis nietos, Tomi y Santi, mientras sus padres viajaban.

Eran las ocho de la mañana cuando sonó mi celular. Era Santi, con su vocecita ansiosa, llamando por WhatsApp desde la Tablet de su madre, Victoria, porque todavía no tiene celular propio. Me preguntó a qué hora pasaría a buscarlo para ir a fútbol. Revisé el cronograma que su padre, Tomás, me había enviado y le respondí que a las 9:30. Pero Santi, con esa determinación que lo caracteriza, me pidió que lo hiciera un poco antes, a las 9:15.

A la hora convenida lo llamé al número de su madre. Apenas atendió, me preguntó si ya estaba afuera. Bajó enseguida, con la camiseta bajo el brazo y la mochila al hombro, listo para el partido. El encuentro sería en la cancha de Boca Unidos, a las afueras de la ciudad de Corrientes, bajo la organización de la Liga Correntina de Fútbol. Su equipo, Cambá Cuá “A”, se enfrentaba a Sacachispas “B”.

Al llegar, dos profesores con sus uniformes recibían a los chicos. Le entregaron la camiseta y el pantaloncito de su equipo, y enseguida comenzaron con una hora de precalentamiento. A las once en punto, el réferi de la AFA, impecable con su vestimenta oficial, dio inicio al partido. Santi jugó con entusiasmo, y el encuentro terminó con una sonrisa de oreja a oreja: su equipo ganó 4 a 0. Me impresionó la organización, el cuidado de los niños y la corrección de los padres y familiares, que alentaban desde las tribunas con respeto.

Cerca del mediodía lo llevé al Aranduroga Rugby Club, donde se reunió con sus compañeros de Taraguy. Allí me encontré con Matilde, madre de uno de sus amigos, quien me avisó que se haría cargo de los chicos y luego los llevaría a su casa, donde pasarían el resto de la tarde y la noche. Si antes me había sorprendido la prolijidad del fútbol, aquí quedé maravillado con la entrega del rugby: padres y exjugadores organizaban todo con pasión, transmitiendo valores y espíritu de equipo sin esperar nada a cambio. Es imposible no destacar esa vocación de servicio que distingue al rugby argentino, y en particular al del nordeste, con clubes como Aranduroga y Taraguy.

Mientras tanto, Tomi, mi nieto mayor de 11 años, llevaba adelante su propio plan. Ese día eligió solo ir al encuentro de rugby en Aranduroga y, desde allí, se fue a la casa de un amigo. Pasó la tarde y la noche con otros dos chicos. Cuando le pregunté cómo se habían entretenido, me contó con entusiasmo que jugaron durante horas al Monopoly, un juego de mesa donde las risas y las estrategias se entrelazan entre billetes de mentira y propiedades imaginarias.

Ya entrada la noche, a las 21:00, Tomi y Santi regresaron a su casa, donde lo esperaba su abuela paterna, Patricia. Pero la calma duró poco: media hora después, Santi me llamó porque Tomi no lo dejaba jugar con la PlayStation. El conflicto tenía explicación: tanto los amigos de uno como los del otro estaban conectados al mismo tiempo en línea. Por suerte, Patricia supo resolver la disputa y, finalmente, los dos terminaron yendo a dormir a las 22:30.

Al día siguiente, mientras repasaba en mi mente tantas vivencias compartidas en apenas doce horas, le conté mi asombro a mi primo Ariel. Él me regaló una frase que quedó resonando en mí: “Estos chicos viven en un día lo que nosotros vivíamos en un año”. Y cuánta razón tenía. Más aún hoy, 31 de agosto, cuando cumplo 72 años y descubro, con ternura y admiración, que la infancia de mis nietos late a otro ritmo, mucho más vertiginoso, pero lleno de la misma magia que alguna vez fue nuestra.