Miguel H Ramos* 08/09/14
Hace 3000 años a. C., el calendario de los egipcios dividía el año en doce meses, los meses en treinta días y el día en veinticuatro horas. Se basaba, presumiblemente, en los ciclos de crecidas del Nilo. En el año 1656, cuando el científico holandés Christiaan Huygens (1629–1695), diseña el reloj de péndulo, se comienza a dividir la hora en minutos y el minuto en segundos. En 1759, la medición de la hora se perfecciona cuando John Harrison (1693–1776) crea el cronómetro H 4, un ingenioso sistema de resortes y ruedas de muy buena precisión, sustituyendo de esta manera, el sistema de péndulo. Sin embargo, desde 1967 se utiliza el reloj atómico basado en la frecuencia de vibración atómica del Cesio 133, con una precisión tan alta que admite únicamente un error de un segundo en 52 millones de años y es utilizado como nuevo patrón base por la Oficina Internacional de Pesos y Medidas. Los medios actuales con los que nos valemos para medir el tiempo -relojes digitales, relojes de cesio y otros- nos han hecho creer que nuestro moderno sentido del tiempo no es sólo altamente preciso, sino que es también único y lineal. De esta forma, se hace intuitiva la percepción de un tiempo lineal, a diferencia del hombre primitivo, de culturas antiguas como la de los griegos y de culturas indígenas (los Hopis, por ejemplo) para las cuales el tiempo es cíclico.
Percepción del tiempo y los niños: La idea del tiempo no es innata, la aprendemos laboriosamente. Hasta los dos años el niño vive un presente continuo, edad en la que aparece el hoy. A los dos años y medio comienza a utilizar la palabra mañana. La palabra ayer surge a los tres años. Por la mañana y por la tarde hacen su aparición comúnmente a los cuatro años, y a los cinco años, el niño comienza a distinguir los días. Al ir creciendo, su percepción del tiempo se hace más compleja alcanzando la madurez plena a los dieciséis años.
El tiempo para la mecánica cuántica relativista
Newton denominó el tiempo absoluto como verdadero y el tiempo vivido como aparente. Desde entonces, la gente sigue creyendo en la ilusión de un tiempo absoluto que nos es impuesto y que al que debemos resignarnos. Tenemos el hábito, la intuición y la ilusión de verlo como algo cambiante y absoluto, no modificado por las circunstancias. Sin embargo, Albert Einstein, en el año 1905 con su teoría de la Relatividad Especial, demostró que el tiempo y el espacio dependen del observador. El tiempo no es el mismo para un objeto quieto, y otro en movimiento. En movimiento, los relojes funcionan más lentos, el tiempo pasa más lento. Diez años después, con su Teoría de la Relatividad General (1915), afirma que cada objeto distorsiona el tiempo y el espacio. Allí donde haya una masa pesada, los relojes funcionan más lentos. El sol retrasa el transcurso del tiempo y la luna también lo hace. El tiempo no sólo depende de la velocidad con la que nos movemos, sino también de las masas de nuestro entorno. Decir que la fuerza de la gravedad
modifica el tiempo, significa que los relojes funcionan con diferente rapidez en sitios diferentes. Solo hay dos cuestiones simples del universo de Einstein sobre la que todos los observadores pueden ponerse de acuerdo. Nada se propaga más rápido que la luz. Y que el orden de antes y después nunca se altera. Esta propiedad del tiempo ha sobrevivido a la revolución de Einstein. Surge de la segunda ley de la termodinámica que dice que nada se crea ni se destruye, todo se transforma y esa transformación va de lo caliente a lo frio, del orden al desorden, del equilibrio al desequilibrio. En un sistema aislado, la entropía nunca disminuye ya que el desorden es más probable que el orden. En este aumento de la entropía se puede reconocer la dirección del tiempo. La inversión del tiempo significaría que las cosas se ordenan solas y esto contradiría la segunda ley. Todo orden se rige por un principio, también el orden que denominamos tiempo posee un principio y para la teoría de la relatividad esto también nunca se puede cambiar, nada puede derogar la ley de causa efecto. De este orden deriva la diferencia entre pasado y futuro. La secuencia causa-efecto confiere al tiempo su dirección. Einstein comprendió que el movimiento y las masas modifican el tiempo, sin embargo, en los confines de la física de partículas vemos desaparecer por completo el tiempo. Sólo tiene sentido hablar de entropía si hay muchas cosas implicadas. Graficando, un papel sobre el escritorio no se puede desordenar, pero cincuenta papeles sí. La entropía es para designar qué relaciones existen entre las cosas en un conjunto más grande, en dominios espacios-temporales muy pequeños, del orden de magnitud de las partículas elementales, el espacio y tiempo se complican de un modo peculiar, tanto que se hace imposible para intervalos de tiempo tan pequeños, la definición adecuada de los conceptos de anterioridad y posterioridad. Larry Dossey en su libro Tiempo, Espacio y Medicina, marca muy bien las diferencias conceptuales sobre el tiempo entre la física clásica y la física moderna. Por ejemplo, si tuviéramos que describir nuestro modo de pensar cotidiano diríamos que “el tiempo pasa” pero para la física cuántica el tiempo es un fenómeno psicológico y ningún experimento físico ha podido detectar el paso del tiempo. Diríamos “en la vida se suceden acontecimientos”, pero para la física moderna, en la vida no se suceden acontecimientos, simplemente son. Lo que produce la impresión de que se escalonan es el carácter “asimétrico” de los fenómenos naturales, el transcurso lineal del tiempo no existe en la naturaleza. Para comprender el concepto moderno del tiempo es clave comprender la diferencia entre los procesos físicos simétricos y asimétricos. Un proceso simétrico es aquel que no podemos distinguir como diferente cuando lo observamos desde delante que cuando lo observamos desde atrás. Por ejemplo, el vaivén de un péndulo si se proyecta hacia adelante o hacia atrás, una película tomada de este movimiento, no podríamos distinguir cuando iba en uno u otro sentido. Pero como la mayor parte de los sucesos que tienen lugar en la naturaleza son asimétricos, podemos inferir si están sucediendo hacia adelante o hacia atrás. La sensación del paso del tiempo tiene lugar cuando contemplamos en la naturaleza el despliegue asimétrico. Pero lo que es intrínseco a la naturaleza es el proceso de asimetría temporal, no el transcurso del tiempo. La sensación de que éste pasa, pertenece a la mente. Pero en el proceso imaginativo, cuando soñamos despiertos o dejamos vagar nuestra imaginación, nos salimos de la sensación del paso del tiempo, y contemplamos en nuestras imágenes mentales una serie de sucesos asimétricos, y en esos momentos la sensación que se tiene del tiempo recuerda aquella afirmación que hacen los físicos modernos: en la
naturaleza los fenómenos no suceden, simplemente son. Aunque sea contraintuitivo y resulte incomprensible para los sentidos, la física moderna resulta en extremo precisa puesto que ningún experimento realizado ha podido desautorizar las teorías cuánticas y relativistas en relación al comportamiento del universo.
El tiempo cognitivo
El tiempo, visto desde un enfoque puramente cognitivo, fruto de la experiencia, se define como la cantidad de información procesada. Cuando se aumenta la cantidad de información procesada en un determinado intervalo, la experiencia de ese intervalo se alarga. Stefan Klein afirma que las personas no perciben el tiempo. Percibir implica que un estímulo impacte en algunos de los cinco sentidos. El tiempo no impacta en ninguno de los sentidos conocidos y no tiene ningún órgano propio que lo detecte y pueda originar la sensación de tiempo. Con respecto a los distintos sentidos, estos poseen lentitudes diferentes y las personas reaccionan más rápidamente al sonido. El ahora, tal como lo percibimos, es una ilusión y el cerebro puede retardar el presente hasta medio segundo: lo que es pasado para el oído es presente para la vista. Empero, no percibimos esta inexactitud porque el cerebro la corrige, es decir, no percibimos de manera consciente el sonido hasta que los centros visuales han acabado de analizar la imagen correspondiente. El cerebro hace juegos y malabares con el tiempo. Sin embargo, creemos vivirlo todo en tiempo real. Además, nuestro razonamiento, mucho más complicado que la percepción sensorial, es demasiado lento para considerar los acontecimientos rápidos y el presente tiene lugar sin nuestra participación interior por lo que nuestra percepción consciente del tiempo es una construcción bastante insegura.
Bibliografía Consultada
Dossey, Larry. Tiempo, Espacio, y Medicina. Tercera edición. Barcelona: Editorial Kairós S. A., 1999.
Gazzaniga, Michael. ¿Qué nos hace humanos? La explicación científica de nuestra singularidad como especie. Barcelona: Ediciones Paidos Ibérica. Espasa Libros, S.L.U., 2010.
Klein, Stefan. El Tiempo Modo De Empleo. Barcelona: Ediciones Urano S. A., 2007.
Massuh, Víctor. La flecha del tiempo. En las fronteras comunes a la ciencia, la religión y la filosofía. Cuarta edición. Buenos Aires: Editorial Sudamericana S. A., 1990.
Prigogine, Ilya. El Nacimiento del Tiempo. Segunda edición. Barcelona: Tusquets Editores S. A., 1991.
Rifkin, Jeremy. La civilización empática. La carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis. Traducido por Genís Sánchez Barberán y Vanesa Casanova. Madrid: Espasa Libros, Ediciones Paidós Ibérica, 2010.
*Profesor Titular Medicina I Facultad de Medicina UNNE Corrientes Argentina;
sábado, diciembre 28, 2019
sábado, septiembre 07, 2019
miércoles, mayo 08, 2019
sábado, enero 05, 2019
LIBRE ALBEDRÍO
No poseemos, como postulara Descartes, una mente autónoma que nos lleva a hacer uso de nuestra voluntad para elegir una cosa u otra cosa. No poseemos una mente autónoma que toma decisiones libremente, ejerciendo su voluntad, pero sí existen neuronas y procesos conscientes e inconscientes – nuestro yo - que nos llevan a hacer una u otra cosa. Por más que la idea ingenua que tenemos sobre el libre albedrío, aquella de Descartes, sea una ilusión, aún somos libres. La noción del libre albedrío de Descartes (dualismo mente - cuerpo) no tiene sentido para la física cuántica, la teoría general de sistemas y la teoría del caos. La falla radica en pensar que son nuestras neuronas y no nosotros los que estamos a cargo de nuestras decisiones, pues al hacer esta afirmación caemos de nuevo en la trampa del dualismo cartesiano, tan arraigado en nuestra intuición y tan difícil de evitar. Nosotros y nuestras neuronas son una misma cosa. ¡Somos libres!
Rodrigo Quian Quiroga. NeuroCienciaFicción. Bs. As. Sudamericana 2018
Rodrigo Quian Quiroga. NeuroCienciaFicción. Bs. As. Sudamericana 2018
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