jueves, septiembre 15, 2016

THOMAS PIKETTY

EL CAPITAL EN EL SIGLO XXI

INTRODUCCIÓN

¿Un Debate Sin Fuentes?

Durante mucho tiempo los debates intelectuales y políticos sobre la distribución de la riqueza se
alimentaron de muchos prejuicios y de muy pocos hechos.
Desde luego, cometeríamos un error al subestimar de los conocimientos intuitivos que cada
persona desarrolla acerca de los ingresos y de la riqueza de su época, sin marco teórico alguno y
sin ninguna estadística representativa. Veremos, por ejemplo, que el cine y la literatura –en
particular la novela del siglo XIX rebosan de informaciones sumamente precisas acerca de los
niveles de vida y fortuna de los diferentes grupos sociales, y sus implicaciones en la vida de cada
uno. Las novelas de Jane Austen y Balzac, en particular, presentan cuadros pasmosos de la
distribución de la riqueza en el Reino Unido y Francia en los años de 1790 a 1830. Los dos
novelistas poseían un conocimiento íntimo de la jerarquía de la riqueza en sus respectivas
sociedades; comprendían sus fronteras secretas, conocían sus implacables consecuencias en la
vida de esos hombres y mujeres, incluyendo sus estrategias maritales, sus esperanzas y sus
desgracias; desarrollaron sus implicaciones con una veracidad y un poder evocador que no lograría
igualar ninguna estadística, ningún análisis erudito.
En efecto, el asunto de la distribución de la riqueza es demasiado importante como para dejarlo
solo en manos de economistas, los sociólogos, los historiadores y los demás filósofos. Atañe a todo
el mundo, y más vale que así sea. La realidad concreta y burda de la desigualdad se ofrece a la
vista de todos los que la viven, y suscita naturalmente juicios políticos tajantes y contradictorios.
Campesino o noble, obrero o industrial, sirviente o banquero: desde su personal punto de vista,
cada uno ve las cosas importantes sobre las condiciones de la vida de unos y otros, sobre las
relaciones de poder y de dominio entre los grupos sociales, y se forja su propio concepto de lo que
es justo y de lo que no lo es. El tema de la distribución de la riqueza tendrá siempre una dimensión
eminentemente subjetiva y psicológica, que de modo irreductible genera conflicto político y que
ningún análisis que se diga científico podría apaciguar. Por fortuna, la democracia jamás será
remplazada por la república de los expertos.
Por ello, el asunto de la distribución también merece ser estudiado de modo sistemático y
metódico. A falta de fuentes, métodos, conceptos definidos con precisión, es posible decir
cualquier cosa y su contrario. Para algunos las desigualdades son siempre crecientes, y el mundo
cada vez más injusto, por definición. Para otros las desigualdades son naturalmente decrecientes,
o bien se armonizan de manera espontánea, y ante todo no debe hacerse nada que pueda
perturbar ese feliz equilibrio. Frente a este diálogo de sordos, en el que a menudo cada campo
justifica su propia pereza intelectual mediante la del campo contrario, hay un cometido para un
procedimiento de investigación sistemática y metódica, aun cuando no sea plenamente científico.
El análisis erudito jamás pondrá fin a los violentos conflictos políticos suscitados por la
desigualdad. La investigación en ciencias sociales es y será siempre balbuceante e imperfecta; no
tiene la pretensión de transformar la economía, la sociología o la historia en ciencia exactas, sino
que, al establecer con paciencia hechos y regularidades, y al analizar con serenidad los
mecanismos económicos, sociales y políticos que sean capaces de dar cuenta de éstos, puede
procurar que el debate democrático esté mejor informado y se centre en las preguntas correctas;
además, puede contribuir a redefinir siempre los términos del debate, revelar las certezas
estereotipadas y las imposturas, acusar y cuestionarlo todo siempre……..

THOMAS PIKETTY. EL CAPITAL EN EL SIGLO XXI. Bs.As. Fondo de Cultura Económica, 2014: 15-16



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