INTRODUCCIÓN
¿Un Debate Sin Fuentes?
Durante
mucho tiempo los debates intelectuales y políticos sobre la distribución de la
riqueza se
alimentaron
de muchos prejuicios y de muy pocos hechos.
Desde
luego, cometeríamos un error al subestimar de los conocimientos intuitivos que
cada
persona
desarrolla acerca de los ingresos y de la riqueza de su época, sin marco
teórico alguno y
sin
ninguna estadística representativa. Veremos, por ejemplo, que el cine y la
literatura –en
particular
la novela del siglo XIX‐ rebosan de
informaciones sumamente precisas acerca de los
niveles
de vida y fortuna de los diferentes grupos sociales, y sus implicaciones en la
vida de cada
uno.
Las novelas de Jane Austen y Balzac, en particular, presentan cuadros pasmosos
de la
distribución
de la riqueza en el Reino Unido y Francia en los años de 1790 a 1830. Los dos
novelistas
poseían un conocimiento íntimo de la jerarquía de la riqueza en sus respectivas
sociedades;
comprendían sus fronteras secretas, conocían sus implacables consecuencias en
la
vida
de esos hombres y mujeres, incluyendo sus estrategias maritales, sus esperanzas
y sus
desgracias;
desarrollaron sus implicaciones con una veracidad y un poder evocador que no
lograría
igualar
ninguna estadística, ningún análisis erudito.
En
efecto, el asunto de la distribución de la riqueza es demasiado importante como
para dejarlo
solo
en manos de economistas, los sociólogos, los historiadores y los demás
filósofos. Atañe a todo
el
mundo, y más vale que así sea. La realidad concreta y burda de la desigualdad
se ofrece a la
vista
de todos los que la viven, y suscita naturalmente juicios políticos tajantes y
contradictorios.
Campesino
o noble, obrero o industrial, sirviente o banquero: desde su personal punto de
vista,
cada
uno ve las cosas importantes sobre las condiciones de la vida de unos y otros,
sobre las
relaciones
de poder y de dominio entre los grupos sociales, y se forja su propio concepto
de lo que
es
justo y de lo que no lo es. El tema de la distribución de la riqueza tendrá
siempre una dimensión
eminentemente
subjetiva y psicológica, que de modo irreductible genera conflicto político y
que
ningún
análisis que se diga científico podría apaciguar. Por fortuna, la democracia
jamás será
remplazada
por la república de los expertos.
Por
ello, el asunto de la distribución también merece ser estudiado de modo
sistemático y
metódico.
A falta de fuentes, métodos, conceptos definidos con precisión, es posible
decir
cualquier
cosa y su contrario. Para algunos las desigualdades son siempre crecientes, y
el mundo
cada
vez más injusto, por definición. Para otros las desigualdades son naturalmente
decrecientes,
o
bien se armonizan de manera espontánea, y ante todo no debe hacerse nada que
pueda
perturbar
ese feliz equilibrio. Frente a este diálogo de sordos, en el que a menudo cada
campo
justifica
su propia pereza intelectual mediante la del campo contrario, hay un cometido
para un
procedimiento
de investigación sistemática y metódica, aun cuando no sea plenamente
científico.
El
análisis erudito jamás pondrá fin a los violentos conflictos políticos
suscitados por la
desigualdad.
La investigación en ciencias sociales es y será siempre balbuceante e
imperfecta; no
tiene
la pretensión de transformar la economía, la sociología o la historia en
ciencia exactas, sino
que,
al establecer con paciencia hechos y regularidades, y al analizar con serenidad
los
mecanismos
económicos, sociales y políticos que sean capaces de dar cuenta de éstos, puede
procurar
que el debate democrático esté mejor informado y se centre en las preguntas
correctas;
además,
puede contribuir a redefinir siempre los términos del debate, revelar las
certezas
estereotipadas y las
imposturas, acusar y cuestionarlo todo siempre……..
THOMAS PIKETTY. EL CAPITAL EN EL SIGLO XXI. Bs.As. Fondo de Cultura Económica, 2014: 15-16
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