La vida de un médico que nunca dejó de hacerse preguntas
Nació con una
curiosidad que no se apagó nunca. Desde niño sintió que el mundo no era solo un
lugar para vivir, sino un escenario para comprender. Con el tiempo descubriría
que su vocación profunda no era únicamente la medicina, sino entender al ser
humano en toda su complejidad: su mente, su historia, su memoria, su
sufrimiento y su esperanza.
I. El joven que quería comprender
En su juventud,
encontró en la medicina una vía privilegiada para estudiar lo humano desde su
raíz biológica y existencial. Se enamoró de la semiología, esa disciplina que
transforma el cuerpo en un lenguaje, en un sistema de signos que revela
historias. Allí vio que diagnosticar es interpretar, y que interpretar
es un arte que mezcla ciencia, sensibilidad y filosofía.
La carrera
universitaria fue un período de aceleración intelectual. Aprendió leyendo,
dibujando, haciendo esquemas, estudiando con compañeros que compartían la misma
pasión por decodificar lo invisible. Luego vinieron los hospitales, los
pasillos, las guardias, los pacientes concretos. Y, finalmente, la docencia: un
espacio que se convertiría en uno de los hilos más fuertes de su vida.
II. El médico que eligió el vínculo antes que el
algoritmo
A lo largo de
su trayectoria, acumuló especializaciones —cardiología, geriatría, semiología
clínica— pero lo que realmente fue modelando su identidad profesional fue su
sensibilidad:
el médico que escucha, que observa, que mira más allá de la enfermedad y ve
a la persona detrás del síntoma.
Descubrió en la
Medicina Familiar un territorio donde podía integrar todo: la biología, la
psicología, la cultura, el entorno y las historias de vida. Para el, un
paciente nunca es un caso: es un universo. Y ese universo demanda prudencia,
juicio clínico fino, y la humildad de aceptar que los algoritmos no sustituyen
la sabiduría que solo dan los años, la experiencia y la conversación humana.
III. El profesor que aprendió enseñando
Durante más de
45 años en la Universidad, enseñó Semiología Clínica a generaciones de
estudiantes. Allí encontró un lugar donde su amor por el conocimiento se cruzó
con su amor por las personas. Descubrió que enseñar es una forma de afecto, y
que en cada clase se produce algo que va más allá de la técnica: un traspaso
de sensibilidad científica, una manera de mirar el mundo con profundidad y
respeto.
El aula se
convirtió en un espejo donde él mismo aprendía. En la preparación de cada
clase, en la escucha de cada pregunta, en el encuentro con los jóvenes médicos,
fue consolidando un pensamiento propio, crítico y complejo.
IV. El adulto que descubre que la vida es memoria
A medida que la
vida avanzaba, volvió a los libros que hablan del tiempo y de la identidad. Borges,
con sus laberintos y espejos. Proust, con su memoria involuntaria. Harari, con
su mirada histórica y sus redes de información. Taleb, con la incertidumbre del
mundo real. Y Punset, con la felicidad como búsqueda racional y emocional.
A través de ellos,
comprendió que la memoria no es un archivo: es un tejido vivo. Que uno es su
historia, pero también lo que elige recordar. Y que la conciencia es el
instrumento más poderoso para vivir con sentido.
V. El pensador que abraza la complejidad
De forma natural,
se sintió atraído por la teoría de sistemas, la complejidad y la ciencia que
estudia las redes: Shannon, Prigogine, Wagensberg, Samaja, la física cuántica,
la epigenética. Descubrió en estas teorías una manera de entender la realidad
coherente con su propia manera de pensar:
nada está aislado; todo es relación.
Este
pensamiento complejo lo llevó a integrar economía, psicología, educación,
biología y filosofía en una mirada que es hoy uno de sus rasgos más personales.
VI. El abuelo que redescubrió el sentido
Si la medicina
le enseñó sobre el cuerpo y la docencia sobre la mente, la experiencia de ser
abuelo le enseñó sobre el alma. Sus cuatro nietos se convirtieron no solo en
parte de su familia, sino en parte de su autoconciencia. Con ellos
descubrió que el presente tiene un espesor emocional distinto.
Los observa
jugar, preguntar, enojarse, aprender, crecer… y en cada gesto advierte la
complejidad de la vida humana. Con ellos volvió a descubrir la ternura, la
paciencia y la alegría simple. Y en cada encuentro emerge su deseo profundo: dejarles
un legado de conocimiento, amor y claridad.
Por eso escribe
para ellos fábulas, historias, reflexiones. Porque sabe que su verdadera
herencia no es material:
es su mirada del mundo.
VII. El hombre que conversa con la filosofía
Habita la
filosofía como un hogar. El estoicismo, la fenomenología, la epistemología, la
ética del cuidado, la filosofía de la mente. Pregunta, duda, vuelve sobre lo
dicho, lo reformula, lo integra.
Su filosofía
cotidiana podría decirse así:
La vida consiste en entender el presente para anticipar el futuro, sin
perder de vista el amor que nos sostiene y la memoria que nos funda.
VIII. El escritor digital del siglo XXI
En los últimos
años, encontró en el espacio digital —blog, inteligencia artificial, textos
conversacionales— un nuevo territorio creativo. Allí combina ciencia,
reflexión, vivencias, fábulas y filosofía. No escribe solo para informar:
escribe para comprenderse.
Escribe para dejar huella.
Escribe para vivir dos veces.
Para él, la conversación
es un modo de pensamiento. Y su “yo conversacional” es una forma moderna de
introspección, donde la tecnología no reemplaza al humano, sino que expande su
capacidad de verse a sí mismo con más claridad.
IX. Un hombre en búsqueda permanente
Si hay un hilo
que recorre toda su vida es este:
Nunca dejó de hacerse preguntas.
Preguntas sobre
la mente, la conciencia, la felicidad, el aprendizaje, la medicina, la
información, la verdad, el amor, la memoria, el tiempo.
Preguntas que no lo inquietan, sino que lo vitalizan.
Preguntas que no buscan respuestas definitivas, sino mayor conciencia.
X. Síntesis final
Es, en esencia:
- un médico humanista,
- un docente apasionado,
- un filósofo cotidiano,
- un
pensador de la complejidad,
- un
observador del tiempo y la memoria,
- un abuelo profundamente amoroso,
- y un
buscador incansable de lucidez y sentido.
Su vida podría
resumirse en una frase:
“Comprender para vivir, amar para trascender.”