
El texto narra cuatro anécdotas vividas entre un abuelo y su nieto, Santi, de ocho años, durante una noche que el niño pasó en su
casa. El autor detalla momentos tiernos, humorísticos y perspicaces, como la facilidad de Santi para leer, su peculiar
afirmación de que "la vida es un carrusel", su madura reacción a una
noticia policial y su inesperada comparación de unas galletas con una sustancia
adictiva. Estas historias reflejan la combinación de inocencia y sorprendente
madurez del niño, dejando al abuelo con una mezcla
de orgullo, desconcierto y admiración, y el deseo de preservar estos recuerdos
significativos.
Domingo 8 de
junio de 2025
Hoy quiero
compartir cuatro anécdotas que viví con mi nieto Santi, quien pasó la noche en
casa. Son momentos sencillos, pero llenos de ternura, humor e inteligencia que
me gustaría conservar y compartir.
Primera
anécdota
Después de cenar, Santi tomó el control del televisor y buscó en Netflix una
película para que viéramos juntos. Eligió Mi villano favorito (Minions).
Lo noté muy concentrado, así que, para probar su nivel de lectura, le pedí que
leyera lo que aparecía en pantalla. Me lo leyó sin problemas, con total
naturalidad. Fue un momento sencillo, pero me llenó de orgullo.
Segunda
anécdota
Mientras almorzábamos, de pronto soltó una frase que me descolocó:
—La vida es un carrusel.
Intrigado, le pregunté qué quería decir con eso. Me miró con picardía y me
respondió:
—No te hagas el boludo, vos sabes lo que quiere decir.
Me reí por dentro. Su espontaneidad y esa mezcla de ternura y desenfado me
desarmaron.
Tercera
anécdota
Más tarde lo vi sentado en la mesa, leyendo el diario del día. Al verme, me
preguntó:
—¿Leíste esto?
Me mostró una noticia policial sobre un niño de ocho años —su misma edad— que
había sido asesinado con un arma de fuego. Como no entendía bien lo que había
pasado, me pidió que se lo explicara. Fue un momento serio y difícil, que me
enfrentó al desafío de encontrar las palabras adecuadas para explicarle la
dureza del mundo sin quitarle su infancia.
Cuarta anécdota
Sabiendo que venía a dormir a casa, le había comprado unas galletitas de
chocolate que le gustan mucho. Cuando las vio, me dijo sin dudar:
—Abuelo, estas galletitas son más adictivas que la coca.
Me quedé sin palabras. No esperaba algo así y, sinceramente, no supe qué
contestar. Notó mi sorpresa, agarró el celular y buscó en Google para mostrarme
que lo que decía era cierto. Me dejó atónito, una mezcla de risa, desconcierto
y admiración.
Cada una de
estas escenas me dejó pensando. En la ternura de su mirada, en su capacidad de
observación, en cómo combina la niñez con una curiosa madurez. Me pareció lindo
dejar testimonio de este día compartido. Uno de esos que quedan en la memoria
para siempre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario