domingo, noviembre 23, 2025

FULBITO DOMINGUERO



 (Literatura digital)

Hoy viví una de esas escenas que parecen pequeñas, pero que revelan la esencia de una ciudad y de una cultura. A las diez de la mañana me llamó mi nieto Santi por WhatsApp: estaba aburrido y quería ir al Parque Mitre. Cuando lo pasé a buscar vi que llevaba su pelota en la mochila; entendí enseguida que su plan era simple y hermoso: patear un rato al arco.

Llegamos al parque y empezamos a jugar como hacemos siempre: uno patea, el otro ataja, nuevamente pateamos, y así vamos entrando en calor. Pero en Corrientes las cosas tienen su propia dinámica. A los pocos minutos comenzaron a acercarse chicos que no conocíamos. Primero uno tímido: “¿Puedo jugar?”. Después otro. Y otro más. En menos de lo que imaginamos, se habían armado dos equipos.

En un arco se paró un padre que acompañaba a sus hijos; en el otro quedé yo, abuelo convertido en arquero por una hora. Los chicos fluían como si se conocieran desde siempre. El fulbito se volvió un pequeño universo organizado sin planificación, sin nombres, sin reglas explícitas… pero con una armonía natural.

Y mientras atajaba como podía, observaba algo profundo: este milagro cotidiano es parte de la identidad correntina.

En esta ciudad, la vida ocurre en comunidad. El chamamé, el mate, el río enseñan una forma particular de estar juntos. Acá, compartir es la norma. Juntarse es fácil. La confianza circula. Y una pelota —como un acordeón en un chamamé— convoca y reúne.

Psicológicamente también tiene sentido. La pelota funciona como un lenguaje universal que derriba barreras: no hace falta presentación, basta un pase para que el otro deje de ser un desconocido. En minutos, los chicos inventaron reglas, armaron equipos, discutieron faltas, festejaron goles y construyeron un “nosotros” tan frágil como hermoso.

Yo, desde mi lugar de abuelo, sentí algo más: que estas escenas, sencillas e improvisadas, quedan prendidas en la memoria infantil con una fuerza sorprendente. Que un partido espontáneo puede enseñarle a un niño más sobre amistad, cooperación y alegría que muchas actividades planificadas. Y que Corrientes, con su idiosincrasia cálida y comunitaria, sigue siendo un lugar donde los desconocidos pueden armar, en cinco minutos, un pequeño mundo de juego.

Cuando terminó la hora de fútbol, los chicos se despidieron casi sin palabras, como si lo vivido hablara solo. Porque en esas escenas aparentemente comunes se esconde algo extraordinario: la capacidad de una comunidad para nacer en un instante.


 


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