viernes, noviembre 14, 2025

RIQUEZA Y EDUCACIÓN FORMAL: UNA MIRADA SIN MITOS

 



(Literatura digital)

Durante siglos la humanidad vivió bajo una condición casi invariable: la pobreza. Hasta hace apenas 250 años, la vida de la mayoría de las personas era frágil, corta y vulnerable. El gran cambio —tal vez el mayor de la historia humana— llegó con el crecimiento económico impulsado por el sistema capitalista y sus variantes. Por primera vez, la humanidad produjo abundancia, y esa abundancia trajo algo más profundo: tiempo, salud, energía, vida más larga y posibilidad de educarse.

Esto nos lleva a una idea fundamental que suele ser incómoda de admitir:
la variable económica antecede a la educación, y no al revés.
Sin un mínimo de bienestar material no hay ni desarrollo cognitivo pleno, ni salud mental sostenida, ni capacidad de proyectarse.

El PBI per cápita, más que cualquier otro indicador, explica buena parte del aumento en la expectativa de vida, la caída de la mortalidad infantil, la escolarización, la nutrición y la seguridad. Es decir: la riqueza crea las condiciones para que la vida humana florezca.


El verdadero rol de la educación formal según la clase social

La educación formal es importante, pero su impacto no es igual para todos. Depende profundamente del punto de partida material.

1. En las clases bajas

La escuela cumple un rol decisivo.
Es la principal herramienta de movilidad social ascendente.
Da estructura, alfabetiza, amplía el horizonte laboral y mejora la salud y la longevidad.
Aquí su impacto es directo, concreto, transformador.

2. En las clases medias

La educación sigue siendo relevante, pero compite con otros factores:
la red de contactos, la cultura familiar y la estabilidad económica del hogar.
No determina por sí sola el destino, sino que se combina con otros capitales.

3. En las clases altas

Acá ocurre algo que pocas veces se dice sin eufemismos:

La educación formal influye mucho menos en el éxito futuro.

¿Por qué?

  • Porque el piso económico ya está asegurado.
  • Porque el capital social —la red de relaciones— abre puertas antes que un título.
  • Porque la cultura familiar, los viajes, los idiomas y la exposición al mundo educan de forma más profunda que un programa académico.
  • Porque la escuela, en este contexto, cumple más un rol de “organización del tiempo” que de formación real.

En estas familias, los niños “se educan de mil maneras”:
clases particulares, acompañamiento familiar, actividades culturales, círculos sociales, aprendizajes informales.
Por eso, el impacto del sistema formal es relativo, casi secundario.

No es casual que la mayoría de los grandes millonarios contemporáneos no haya completado estudios universitarios. No porque estudiar esté mal, sino porque la escuela fue diseñada para formar empleados, no innovadores, fundadores de empresas globales o líderes políticos.


¿Quién educa a un presidente?

Tu pregunta es precisa y revela una verdad incómoda:

No existe educación formal para el poder.

Ninguna carrera enseña a ser presidente de un país.
Esa formación ocurre en el terreno real:
en partidos políticos, en negociaciones, en luchas internas, en el Estado, en las redes de influencia, en el liderazgo y en el conflicto.

El poder se aprende ejerciéndolo.
No en un aula.


¿La educación crea riqueza o la riqueza crea educación?

La narrativa dominante dice que primero se educa un pueblo y luego ese pueblo prospera.
Suena bien, pero no coincide con la historia real.

Los países que se enriquecieron lo hicieron antes de expandir masivamente sus sistemas educativos:
Europa del siglo XIX, Japón después de 1945, Corea del Sur, China.
El proceso fue siempre el mismo:

  1. Crecimiento económico.
  2. Aumento del PBI.
  3. Inversión en ciencia y educación.
  4. Expansión cultural.

Por eso la frase clave es:

La riqueza genera educación mucho más de lo que la educación genera riqueza.


¿Estamos sobredimensionando la educación formal?

Posiblemente, sí.

No porque estudiar sea inútil —todo lo contrario— sino porque hemos confundido educación con títulos.
La educación real incluye:

  • cultura del hogar
  • acceso a libros y estímulos
  • nutrición adecuada
  • salud mental
  • estabilidad económica
  • redes sociales
  • modelos familiares
  • viajes, curiosidad, exposición al mundo
  • hábitos y disciplina

Todo esto, en las clases altas, pesa más que un diploma.

Y todo esto, en las clases bajas, está ausente si no aparece la escuela para compensarlo.


Analogía cultural: mapa, redes y anticipación

Quizás la mejor forma de comprender la relación entre riqueza y educación formal sea a través de una imagen cultural más amplia.

Borges decía que un mapa jamás es el territorio: es apenas un dibujo simplificado de una realidad inmensamente más compleja.
La escuela —con sus programas fijos, horarios, exámenes y títulos— es justamente eso: el mapa.
Una representación ordenada de un mundo que, afuera, es siempre más caótico, desigual y sorprendente.

Pero el territorio donde las personas realmente se forman —sus oportunidades, redes, cultura familiar, capital económico, experiencias, viajes, mentores, creatividad, seguridad emocional— no siempre coincide con ese mapa.

Harari agrega que las sociedades humanas no viven en territorios físicos, sino en redes de información.
Quien nace en una red pobre y limitada encuentra en la educación formal una vía para migrar a otra red más rica, más amplia y más compleja.
Pero quien ya nace dentro de una red privilegiada —con contactos, recursos, tecnología, idiomas, modelos familiares y horizontes amplios— no depende tanto del mapa escolar para orientarse: vive en una red de sentido distinta, donde las reglas del juego son otras.

Y Punset, siempre atento al futuro, recordaba que la clave de la vida era la anticipación: la capacidad de prever caminos, imaginar lo que viene, prepararse para escenarios posibles.
Las familias con abundancia económica educan a sus hijos en esa anticipación permanente.
Enseñan a leer el mundo no como un manual cerrado, sino como una serie de rutas abiertas donde cada decisión crea opciones nuevas.

Así, estas tres miradas convergen:

  • Borges nos recuerda que la educación formal es solo un mapa, nunca el territorio.
  • Harari señala que el destino depende de la red de información en la que uno está inmerso.
  • Punset muestra que el futuro pertenece a quienes pueden anticiparlo.

La riqueza —como territorio, como red y como anticipación— genera una forma de educación silenciosa pero decisiva que no aparece en boletines ni diplomas.
Por eso, en algunos casos, la escuela es un ascensor social imprescindible; y en otros, apenas un complemento dentro de un ecosistema más amplio.

Entender esta diferencia no es despreciar la educación formal.
Es reconocer que hay muchas maneras de aprender, y que la vida, en su complejidad, educa de forma desigual.
El desafío de una sociedad justa es lograr que el mapa, el territorio y las redes no estén reservados para unos pocos, sino abiertos para que todos puedan elegir su propio camino.


      


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