Durante siglos
la humanidad vivió bajo una condición casi invariable: la pobreza. Hasta
hace apenas 250 años, la vida de la mayoría de las personas era frágil, corta y
vulnerable. El gran cambio —tal vez el mayor de la historia humana— llegó con
el crecimiento económico impulsado por el sistema capitalista y sus variantes.
Por primera vez, la humanidad produjo abundancia, y esa abundancia trajo
algo más profundo: tiempo, salud, energía, vida más larga y posibilidad de
educarse.
Esto nos lleva
a una idea fundamental que suele ser incómoda de admitir:
la variable económica antecede a la educación, y no al revés.
Sin un mínimo de bienestar material no hay ni desarrollo cognitivo pleno, ni
salud mental sostenida, ni capacidad de proyectarse.
El PBI per
cápita, más que cualquier otro indicador, explica buena parte del aumento
en la expectativa de vida, la caída de la mortalidad infantil, la
escolarización, la nutrición y la seguridad. Es decir: la riqueza crea las
condiciones para que la vida humana florezca.
El verdadero rol de la educación formal según la clase
social
La educación
formal es importante, pero su impacto no es igual para todos. Depende
profundamente del punto de partida material.
1. En las clases bajas
La escuela
cumple un rol decisivo.
Es la principal herramienta de movilidad social ascendente.
Da estructura, alfabetiza, amplía el horizonte laboral y mejora la salud y la
longevidad.
Aquí su impacto es directo, concreto, transformador.
2. En las clases medias
La educación
sigue siendo relevante, pero compite con otros factores:
la red de contactos, la cultura familiar y la estabilidad económica del hogar.
No determina por sí sola el destino, sino que se combina con otros capitales.
3. En las clases altas
Acá ocurre algo
que pocas veces se dice sin eufemismos:
La educación
formal influye mucho menos en el éxito futuro.
¿Por qué?
- Porque el
piso económico ya está asegurado.
- Porque el
capital social —la red de relaciones— abre puertas antes que un título.
- Porque la
cultura familiar, los viajes, los idiomas y la exposición al mundo educan
de forma más profunda que un programa académico.
- Porque la
escuela, en este contexto, cumple más un rol de “organización del tiempo”
que de formación real.
En estas
familias, los niños “se educan de mil maneras”:
clases particulares, acompañamiento familiar, actividades culturales, círculos sociales,
aprendizajes informales.
Por eso, el impacto del sistema formal es relativo, casi secundario.
No es casual
que la mayoría de los grandes millonarios contemporáneos no haya completado
estudios universitarios. No porque estudiar esté mal, sino porque la
escuela fue diseñada para formar empleados, no innovadores, fundadores de
empresas globales o líderes políticos.
¿Quién educa a un presidente?
Tu pregunta es
precisa y revela una verdad incómoda:
No existe
educación formal para el poder.
Ninguna carrera
enseña a ser presidente de un país.
Esa formación ocurre en el terreno real:
en partidos políticos, en negociaciones, en luchas internas, en el Estado, en
las redes de influencia, en el liderazgo y en el conflicto.
El poder se
aprende ejerciéndolo.
No en un aula.
¿La educación crea riqueza o la riqueza crea educación?
La narrativa
dominante dice que primero se educa un pueblo y luego ese pueblo prospera.
Suena bien, pero no coincide con la historia real.
Los países que
se enriquecieron lo hicieron antes de expandir masivamente sus sistemas
educativos:
Europa del siglo XIX, Japón después de 1945, Corea del Sur, China.
El proceso fue siempre el mismo:
- Crecimiento económico.
- Aumento del PBI.
- Inversión
en ciencia y educación.
- Expansión cultural.
Por eso la
frase clave es:
La riqueza
genera educación mucho más de lo que la educación genera riqueza.
¿Estamos sobredimensionando la educación formal?
Posiblemente,
sí.
No porque
estudiar sea inútil —todo lo contrario— sino porque hemos confundido
educación con títulos.
La educación real incluye:
- cultura del hogar
- acceso a libros y estímulos
- nutrición adecuada
- salud mental
- estabilidad económica
- redes sociales
- modelos familiares
- viajes, curiosidad, exposición al mundo
- hábitos y disciplina
Todo esto, en
las clases altas, pesa más que un diploma.
Y todo esto, en
las clases bajas, está ausente si no aparece la escuela para compensarlo.
Analogía cultural: mapa, redes y
anticipación
Quizás la mejor
forma de comprender la relación entre riqueza y educación formal sea a través
de una imagen cultural más amplia.
Borges decía
que un mapa jamás es el territorio: es apenas un dibujo simplificado de una
realidad inmensamente más compleja.
La escuela —con sus programas fijos, horarios, exámenes y títulos— es justamente
eso: el mapa.
Una representación ordenada de un mundo que, afuera, es siempre más caótico,
desigual y sorprendente.
Pero el
territorio donde las personas realmente se forman —sus oportunidades, redes,
cultura familiar, capital económico, experiencias, viajes, mentores,
creatividad, seguridad emocional— no siempre coincide con ese mapa.
Harari agrega
que las sociedades humanas no viven en territorios físicos, sino en redes de
información.
Quien nace en una red pobre y limitada encuentra en la educación formal una vía
para migrar a otra red más rica, más amplia y más compleja.
Pero quien ya nace dentro de una red privilegiada —con contactos, recursos,
tecnología, idiomas, modelos familiares y horizontes amplios— no depende tanto
del mapa escolar para orientarse: vive en una red de sentido distinta, donde
las reglas del juego son otras.
Y Punset,
siempre atento al futuro, recordaba que la clave de la vida era la
anticipación: la capacidad de prever caminos, imaginar lo que viene,
prepararse para escenarios posibles.
Las familias con abundancia económica educan a sus hijos en esa anticipación
permanente.
Enseñan a leer el mundo no como un manual cerrado, sino como una serie de rutas
abiertas donde cada decisión crea opciones nuevas.
Así, estas tres
miradas convergen:
- Borges nos
recuerda que la educación formal es solo un mapa, nunca el territorio.
- Harari señala
que el destino depende de la red de información en la que uno está
inmerso.
- Punset muestra
que el futuro pertenece a quienes pueden anticiparlo.
La riqueza
—como territorio, como red y como anticipación— genera una forma de educación
silenciosa pero decisiva que no aparece en boletines ni diplomas.
Por eso, en algunos casos, la escuela es un ascensor social imprescindible; y
en otros, apenas un complemento dentro de un ecosistema más amplio.
Entender esta
diferencia no es despreciar la educación formal.
Es reconocer que hay muchas maneras de aprender, y que la vida, en su
complejidad, educa de forma desigual.
El desafío de una sociedad justa es lograr que el mapa, el territorio y las
redes no estén reservados para unos pocos, sino abiertos para que todos puedan
elegir su propio camino.


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