(Literatura digital)
La
investigación genética contemporánea ha confirmado que nuestras capacidades
cognitivas tienen una base biológica, pero también ha demostrado —con igual
fuerza— que esa base es extraordinariamente compleja.
Hoy sabemos que
la inteligencia no depende de un solo gen ni de un pequeño conjunto de genes
privilegiados. Al contrario, está influida por miles de variantes genéticas,
cada una con un efecto minúsculo, que actúan en red y siempre dentro de un
entorno determinado: la educación recibida, la nutrición, el afecto, la
estimulación cultural y las oportunidades de aprendizaje.
Los llamados polygenic
scores (puntajes poligénicos) pueden predecir solo una pequeña parte de la
variación cognitiva entre personas. La mayor parte de las diferencias se
explica por la interacción dinámica entre genes y ambiente. De hecho, factores
como el contexto socioeconómico o la calidad educativa pueden tener un impacto
igual o incluso mayor que el componente genético detectable.
Por eso, hablar
de un “gen de la inteligencia” es una simplificación que pertenece más al
imaginario popular que a la ciencia actual. La evidencia disponible nos invita
a reemplazar esa idea por una visión sistémica, distribuida y contextual
del desarrollo cognitivo humano.
💡 Qué debemos recordar
1.
No existe un gen de la inteligencia. La cognición humana es el resultado de
la acción combinada de miles de genes y de su interacción con el entorno.
2.
Los genes predisponen, no determinan. Influyen, pero su efecto depende de
las condiciones de vida, la educación y la cultura.
3.
El ambiente es un amplificador o un limitador. Un entorno estimulante puede potenciar
capacidades; uno adverso puede inhibirlas.
4.
Los avances en genética son estadísticos, no
individuales. Sirven para
entender poblaciones, no para predecir la inteligencia de una persona.
5.
La inteligencia es plástica. La neurociencia demuestra que el
cerebro cambia con la experiencia: aprender, crear y relacionarse también es
una forma de modificar la biología.
En definitiva,
la ciencia genética nos enseña algo profundo: no somos el producto pasivo de
nuestro ADN, sino el resultado vivo de una danza permanente entre la
herencia y la experiencia.
La inteligencia —lejos de estar escrita en los genes— se construye cada día,
en la interacción entre la biología, la cultura y el deseo humano de aprender.
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