(Literatura Digital)
Querido
Francisco,
No sé si te
escribo como Papa, como compatriota, o simplemente como un hijo que se quedó
esperando a su padre. Estoy triste por tu muerte, profundamente triste. Pero no
puedo negarlo: también estoy enojado con vos.
Esperé tu
visita durante años. Esperé ese gesto de volver a la tierra donde naciste, a la
gente que te formó, a los que te queríamos ver, aunque fuera por un día, por un
rato, por un símbolo. Y no llegaste. Fuiste a los rincones más lejanos del
mundo, pero no cruzaste el río para volver a casa. Y eso me dolió. Me sigue
doliendo.
Sentí tu
ausencia como se siente un abandono. Como un silencio que pesa más que mil
palabras. No sé si fue estrategia, prudencia, miedo, o una forma de protegerte
—o de protegernos—. Solo sé que esa decisión nos dejó huérfanos de vos.
Yo necesitaba
otra cosa. No un Papa universal, sino un argentino que mirara a los suyos a
los ojos, y les dijera: “no me olvidé de ustedes”. Tal vez lo hiciste a tu
modo, pero para mí no alcanzó. Y hoy que ya no estás, me cuesta perdonarte.
Pero te escribo
porque, a pesar de todo, te respeté y te respeto. Porque representaste
algo más grande que vos. Porque hablaste de paz, de justicia, de ternura, de
cuidar la casa común. Porque fuiste luz en muchos rincones oscuros. Y porque,
en el fondo, aunque te reproche, también te agradezco.
Ojalá
encuentres el descanso que aquí tantas veces te negamos. Y ojalá algún día mi
corazón entienda —o al menos acepte— tu silencio.
Hasta siempre.
Miguel
No hay comentarios.:
Publicar un comentario